Reparto: Alejandro Speitzer, Ester Expósito, Isaac Hernández, Carmen Maura, Cecilia Suarez, Carlos Cuevas, Ernesto Alterio, Mariola Fuentes
Creador: Manolo Caro
Género: Thriller, Drama
Clasificación: +16
Episodios: 3
Plataforma: Netflix
Sinopsis: “En la España conservadora de los años cincuenta, la supuesta relación entre un bailarín clásico mexicano y otro joven desata una tormenta con consecuencias desgarradoras” (Netflix)
Luego del éxito de “La Casa de las Flores”, el mexicano Manolo Caro trabaja nuevamente en conjunto con Netflix la miniserie “Alguien Tiene Que Morir”, que cuenta en su reparto con la actriz española del momento: Ester Expósito (“Elite”), además de la primera incursión en la actuación de Isaac Hernández, considerado actualmente uno de los mejores bailarines del mundo y la legendaria “chica Almodóvar” Carmen Maura. El elenco lo completan Alejandro Speitzer en el protagónico, Cecilia Suárez, Ernesto Alterio, Carlos Cuevas y Mariola Fuentes. Es el primer trabajo de Caro fuera de la comedia, y cuenta con tres episodios ambientados en la España franquista de los años cincuenta.
La serie comienza sin dar espacio a respiros y nos adentra en la intimidad de dos familias aristocráticas de la España de los 50, en plena dictadura facista de Francisco Franco: los Falcón y los Aldama. Tras diez años en México, regresa a casa Gabino Falcón y se reencuentra con su conservadora y adinerada familia, poseedora de un gran estatus social. Por el otro lado están los Aldama, donde Alonso, un viejo amigo de Gabino, no verá con buenos ojos su regreso ni su forzado compromiso con su hermana Cayetana. Desde el primer minuto comenzamos a ver los secretos, drama y conflictos que rodean a estas familias, comenzando por el hecho de que Gabino no viene solo, ya que llegó desde México con su íntimo amigo Lázaro, un bailarín de ballet clásico.
El rápido transcurso de la historia va develando su trama poco a poco, de forma explícita en algunos casos, pero sin dejar de lado la sutileza. El machismo, la violencia, la homofobia (que conlleva una criminalización de esta, debido a que fue considerada ilegal en la España franquista), el clasismo (representado en una clara lucha de clases), la persecución política, etc., son protagonistas de la historia, pero también se busca una lucha contra los prejuicios y estereotipos de manera inteligente. Su ubicación contextual hace que esto sea mucho más fácil y juega un importante rol en la demostración de esta intolerancia y odio.
Su fuerte lenguaje, la violencia sexual, psicológica y física, la nula diversidad en el elenco, lleno de gente blanca representando a personajes adinerados y derechistas contrastan no son coincidencia, y son un reflejo de la época, que contrasta con la inocencia de Lázaro y Gabino: dos soñadores, dos pequeños seres alados e inocentes en este mundo donde poderosas familias pasan sus ratos libres en un club de tiro, disparándole a aves a los que les cortan las alas, sin ningún remordimiento, en una interesante analogía con muchos niveles, que no escapa del análisis de ver tan tranquilamente a los hermanos Aldama darle muerte a aves, mientras que también buscan destruir a la familia Falcón, un apellido notoriamente aviar...
Con una temática tan fuerte, se necesitan actores a la altura y, afortunadamente, Manolo Caro logra sacar lo mejor de su elenco. El lenguaje corporal, la pronunciación y entonación de las palabras y hasta las miradas; todo está calculado para entregar una mayor fidelidad a la historia. La elegancia y rebeldía de Cayetana son perfectamente representados por Ester Expósito, la ira interna y reprimida de Alonso son visibles gracias a los gestos de Carlos Cuevas, mientras que la tristeza es constante Gabino, y la vemos en la mirada de Alejandro Speitzer. Es necesario detenerse también en la precisión de Amparo, la matriarca de la familia Falcón, con cada meticulosa palabra que sale de la boca de Carmen Maura, con su prioridad de mantener las apariencias de la familia perfecta, en la constante nostalgia que se ve en Mina gracias al semblante temeroso y frágil de Cecilia Suárez, y en la inocencia que posee Lázaro, con cada pisada que pareciera no perturbar al mundo en su liviandad, pero que, al mismo tiempo, provoca un terremoto con cada movimiento que, sin quererlo, es al mismo tiempo danza y golpe; caos y creación, lo que sería imposible de no ser por un debutante Isaac Hernández.
Una fuerte puesta en escena con una teatralidad que puede alejar al espectador que espera una serie “común”, con solo tres episodios que funcionan como actos, creando una estructura similar a una película larga, pero que no se sostiene solamente en las actuaciones o en su trabajado guión, sino que también en una banda sonora que acompaña las acciones, en breves transiciones surrealistas que nos sacan del contexto por segundos de forma cuasi-onírica, para llevarnos a otros lugares que no pertenecen al universo que se nos muestra a través de las locaciones y paisajes que irradian belleza, gracias a la cuidada fotografía de la miniserie. Toda la belleza de sus personajes, vestimenta, paisajes, edificios o música son, justamente, tan bellos porque son un señuelo para distraer de la crítica social detrás de la serie: la contemporaneidad de su contexto.
Hoy, a 60 años de la España que vemos en pantalla, y en general en el mundo, seguimos batallando día a día contra un fuerte clasismo y racismo, y donde en casi 70 países del mundo sigue penado por la ley amar libremente y en varios otros expresar tu identidad. Mientras va creciendo la tensión entre sus personajes y los conflictos van llegando al punto sin retorno, uno va comprendiendo el nombre de la serie.
Manolo Caro no es tímido con la premisa de la serie y, ya de entrada, promete que alguien tiene que morir y, en efecto, parece ser que es la única forma de detener este tren sin frenos que descarriló al momento en que Gabino puso un pie en su antigua casa, pero, y a pesar de que en sus primeros dos episodios se va formando la incertidumbre sobre quién tiene que morir y continúa siendo una incógnita para quien les escribe, la respuesta parece no tener forma de persona y quiere ser más una metáfora que una amenaza porque, en el fondo, sin importar quien fallezca, lo que realmente tiene que morir, tanto en “Alguien Tiene Que Morir” como en el mundo real, son la intolerancia, el odio y todas esos -ismos y -fobias propias de la ignorancia.
Dos episodios de una hora, con uno pendiente para quien les escribe, logran construir suficiente tensión para generar incertidumbre sobre su desenlace, además de una conexión con sus personajes que, aunque difícilmente permanezca en el tiempo, si crea un lazo y preocupación por sus futuros, todo gracias al trabajo en cada detalle de la dirección de Manolo Caro, apoyado por las actuaciones de su talentoso elenco, lleno de grandes nombres, y su equipo técnico. No estamos ante una serie que deje una huella permanente en la historia del cine y la televisión, pero tampoco pretende hacer eso. “Alguien Tiene Que Morir” viene a entregar una fuerte crítica social, disfrazado de un drama ambientado en la dictadura franquista de España donde cada factor contribuye a esta crítica, que no debería dejar a nadie indiferente. Si bien su pretensión artística puede hacerla difícil de digerir y hasta confundir al espectador en su objetivo, y la duda que queda planteada sobre si su conclusión podrá solventar las expectativas que genera la osada promesa de Caro en el título, no deja de ser una gran obra que responde de manera excepcional a las esperanzas depositadas en esta.
7/10
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