Reparto: Lily Collins, Lucas Bravo, Philippine Leroy-Beaulieu, Frédéric Anscombre, Samuel Arnold, Ashley Park, Bruno Gouery
Creador: Darren Star
Género: Drama, Romance
Clasificación: +13
Episodios: 10
Plataforma: Netflix
Sinopsis: Gracias a un trabajo soñado, una ejecutiva de Chicago comienza una nueva etapa en París. Pero equilibrar carrera, amistades y amor no es tarea fácil, ni siquiera allí (Netflix)
Darren Star ya es un veterano a la hora de crear series que resultan un éxito indiscutible y así lo demostró con “Sex and the City”, “Younger” y “Beverly Hills, 90210”, series que contaban con personajes femeninos fuertes, empoderadas, que buscaban hacerse un nombre en sociedades machistas. Con “Emily en París”, Star repite la fórmula, con un discurso y personajes mucho menos profundos, pero con un resultado similarmente efectivo.
Cuando una serie lleva el nombre de su personaje principal en el nombre, se crean expectativas que este personaje debe cumplir de manera rápida y, al menos de entrada, Emily (Lily Collins) lo consigue: su carisma aparece en la primera escena, y rápidamente nos ponemos de su parte, lo que es bastante bueno porque, mientras transcurre la historia, da pocas razones para continuar apoyándola en sus decisiones tras aceptar impulsivamente un trabajo que la hace terminar en París sin hablar ni una palabra de francés.
Emily parece ser un personaje con el que cuesta mucho conectar, por su falta de un backstory decente, más allá de unas breves menciones a su pasado, y una clara falta de motivaciones para hacer que es lo que hace, teniendo muy poca agencia en sus acciones, y resultando ser más una esponja que absorbe y va solucionando en el camino, lo que de todas formas es coherente en una historia de una mujer buscando el sentido y creciendo, pero cuesta creerlo a ratos porque se plantea mucho como una historia de coming-of-age pero, al mismo tiempo, Emily es una mujer adulta, que parece tener todo solucionado. Esta contradicción es sútil, y no se hace del todo presente en los conflictos que tiene, debido a que la gran mayoría de sus problemas son externos, no teniendo mucho espacio para la introspección de su problemática, ingenua y arrogante personalidad que, mientras va intentando “romper paradigmas”, se encuentra con otros igual de poco actuales.
Como Emily no puede sostener la historia sola, existen muchos otros personajes que la acompañan en su nueva vida en París, pero es también difícil conectar con ellos. Su jefa, Sylvie, es una versión caricaturizada de Miranda de “El Diablo Viste a la Moda” que tiene las mismas razones del personaje de Meryl Streep para no tener una buena relación con Emily desde el primer minuto, pero el personaje no demuestra suficientes virtudes como para poder tolerar sus defectos. Este choque cultural y generacional genera un conflicto innecesario entre dos mujeres, ya que la mujer francesa ve a Emily como una amenaza, lo que queda claro hasta en la poco sutil similitud de nombres. El resto de los personajes funcionan a ratos como comic relief y voz de la conciencia, pero va haciendo crecer la sensación de la poca influencia de Emily en sus propias decisiones pero, de todas formas, logra solucionar cada problema con un envidiable ingenio.
Resulta todavía más difícil conectar con los otros personajes cuando, además de los estereotipos, gran parte de estos pasan la mayoría del tiempo acosando y cosificando a Emily, lo que se presenta como un gran “choque cultural” pero, nuevamente, no es expandida una crítica a esto. Un gran punto de los personajes secundarios de “Emily en París” es que, a medida que los va conociendo, se van integrando de forma muy sútil en el fondo de la vida de la experta en marketing que protagoniza la serie, agregando un abanico de personajes con muy buenas caracterizaciones que ayudan a que sea todo un poco más digerible.
El tema recurrente del machismo no es coincidencia, ya que expone lo difícil que es para una mujer joven y soltera ser reconocida en un ambiente dominado por hombres, pero no se aplica una fuerte crítica a este, sino que se usa como un motor para mover algunos argumentos, solo exponiendo a Emily como muy “conservadora” a ratos, siendo que, literalmente, no hay espacios seguros para la protagonista, que es abordada con intenciones sexuales desde su primer minuto en Parìs.
Así, la historia toma un rumbo predecible, que no empodera en ningún minuto a su protagonista, reduciendo el argumento a que Emily necesita un hombre (o varios) para llenar un aparente vacío que tiene dentro de ella, mientras va buscando sentido, mientras va cometiendo error tras error, unos mucho más graves o condenables que otros, sin reales consecuencias, por una necesidad del formato de crear episodios con historias autoconcluyentes, sin armar un gran argumento para desarrollar a lo largo de la temporada, incluso convirtiendo la serie rápidamente en un drama con la moda como contexto.
La mayor debilidad de “Emily en París” es el año en que vivimos: 2020. Las cosas que hacían empoderadas a las protagonistas de “Sex and the City” a finales de los 90 ya no son las cosas que generan esa sensación en una mujer. Una vida sexual activa o romper con la idea de la monogamia ya no son rasgos de personalidad de un personaje, ni son paradigmas que necesiten romperse. Cuesta entender a donde aspira Star con esto, y a qué público quiere dirigir la serie, debido a que las mujeres que veían “Sex and the City” ya no quieren ver una serie de una mujer tan joven, y las que vieron “Gossip Girl” y “El Diablo Viste a la Moda” probablemente no disfruten esta cosificación bajo falsas premisas.
Entendiendo que “Emily en París” no es la historia de Emily en París, es solo la historia de Emily, que resulta estar en París, que es solo el contexto de una historia que necesitaba un lugar fashion que genere un choque cultural, que podría haber sido también Milán o Barcelona, y no se beneficia en nada en su setting francés, no tomando prestado nada del cine galo en su arte.
Al mismo tiempo, su poco precisa intención con Emily hace que la serie se sienta como un re-coming-of-age-, donde su protagonista está creciendo, de nuevo, explorando un nuevo mundo y sus oportunidades, pero sin metas claras ni consecuencias con sus actos, lo que a veces es poco creíble por su distancia con su ejemplo más cercano en trama, “El Diablo Viste a la Moda”. Emily no posee un viaje similar al de Andy, donde pasa de una “desabrida” periodista a una “empoderada, pero estilosa mujer”, porque Emily ya es así al pisar París: es una mujer con estilo propio, que no se va a dejar pisotear por nadie, pero aun así no tiene claro su destino.
Siendo sinceros, “Emily en París” es una serie problemática, pero disfrutable. Si logras darle una oportunidad apagando prejuicios, es una historia ligera, con personajes con un futuro interesante si se expanden sus backstories. También necesita solidificar una crítica, cualquiera, ya sea al machismo, la obsesión con las redes sociales, la idea de que una pareja te soluciona la vida, etc. Si logran fortalecer sus puntos débiles, “Emily en París” puede convertirse en una serie importante, que podría derribar algunos prejuicios modernos y buscar, realmente, llevar a pantalla a una mujer con agencia en sus actos y que no sirva de motor para otra historia romántica sin sentido donde el hombre, cualquiera, siempre termina ganando.
5/10
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