Reparto: Alfredo Castro, Leonardo Ortizgris, Julieta Zylberberg, Amparo Noguera, Luis Gnecco, Sergio Hernández, Ezequiel Diaz, Daniel Antivilo, Marcelo Alonso y Pedro Fontaine
Dirección: Rodrigo Sepúlveda
Género: Drama
Duración: 1h 33m
Clasificación: +14
Sinopsis: Entre disparos y boleros, una relación apasionada florece entre un travesti solitario y un joven guerrillero durante la dictadura de Pinochet (FILMAFFINITY)
Sebastián Lelio y los hermanos Larraín han plasmado sus nombres en la historia del cine los últimos años, entregando cine lleno de galardones internacionales y nacionales, año tras año. Detrás de este glamour, quizás por decisión propia o por falta de reconocimiento, se encuentra Rodrigo Sepúlveda, un gran director, quien debutara en 2001 con el largometraje “Un Ladrón y Su Mujer” unos años más tarde competiría en los Goya con “Padre Nuestro”. Pero fue el 2012 que la carrera del hombre que participó en la campaña del “No” dio un gran salto con “Aurora”, una obra basada en una historia real que conmovió a todo el jurado de SANFIC, ganando ese año el festival internacional. Hoy, Sepúlveda vuelve a la carga con “Tengo Miedo Torero”, acompañado de un gran elenco y un impecable trabajo técnico, se posiciona como una película que le podría dar ese reconocimiento que tanto merece.
Partamos con un poco de honestidad: jamás he leído a Lemebel. Mis colegios, por muy progresistas que pretendían ser, limitaban su lectura obligatoria a novelas clásicas de literatura internacional, no obstante un breve y efímero episodio en donde la lectura fue elegida en conjunto con los estudiantes. Aun así, Lemebel siempre fue una incógnita para mi. En la Universidad tampoco tuve la oportunidad de leerlo, pero ahí conocí su imagen. El novelista, el actor, el activista. El todo. Es imposible separar la obra de su creador, porque Lemebel escribe sobre Lemebel, aunque no sea el verdadero Lemebel, y quizás sea un Lemebel imaginario. Pensando repetir mi historia con “El Árbol” de María Luisa Bombal, novela que aborrecí las cerca de ocho veces que tuve que leer y, una vez tuve la madurez suficiente, realmente la entendí, fue que decidí esperar para leer las novelas de Pedro Lemebel. El momento no llegó. Una vez que supe que iban a adaptar “Tengo Miedo Torero” al cine, decidí esperar para no decepcionarme. Y esperé.
Si alguien no tiene claro de qué trata la película cuando entre a la metafórica sala de cine (o ponga “play” en esta modernidad), en menos de un minuto se pondrá en contexto; en plena dictadura cívico militar que existió en Chile durante casi 20 años vive su protagonista principal, un ser que se ubica en esta nebulosa transformista/transgénero propia de la ignorancia de la época. Su autoreferencia con el género femenino no significa que realmente se identifique como tal todo el tiempo, y su negativa a utilizar un nombre real (“yo no tengo nombre”, le diría coquetamente a Carlos) deja muy claro lo que dijo alguna vez Juan Gabriel: lo que se ve no se pregunta.
Podemos hablar del resto, porque claramente existen otros personajes que orbitan a La Loca del Frente, siendo el más importante Carlos, un joven revolucionario mexicano-cubano del FPMR que llegaría también a revolucionar a nuestra estática protagonista, pero nadie logra opacar al personaje interpretado por Alfredo Castro, quizás porque, justamente, es Alfredo Castro. En la que es, por lejos, su mejor caracterización a día de hoy, Castro le da vida a un personaje que, más que interpretar, hay que sentir y vivir, y es esto lo que el increíble actor chileno logra de manera majestuosa. No por nada Lemebel, quien en vida jamás fue amigo de Castro y, de hecho, no lo soportaba, lo habría elegido personalmente para representar a la Loca del Frente en la fallida adaptación original de “Tengo Miedo Torero”, diciendo que era el único actor nacional capaz de hacerlo. El resto del elenco podría ser reemplazado por escobas, y el protagonista de “Tony Manero”, “Post Mortem” y tantas otras lograría de igual forma sostener la hora y media que dura la película. Quizás solo se extrañaría ese breve momento donde Luís Gnecco, debajo de tres kilos de maquillaje y una colorida peluca, demuestra una vez más que, no importa el papel que tenga, siempre será creíble. Pero, por favor, no crean por un segundo que el resto del elenco no destaca, porque no existen puntos bajos en ninguna actuación.
Y si las actuaciones son tan convincentes, no es solo gracias al talento de cada actor ni a las virtudes de Sepúlveda como director, también hay que reconocer el trabajo detrás de cámaras, como el impecable vestuario, peinados y maquillaje, o el cuidado trabajo de cada detalle que crea una atmósfera que nos sumerge de lleno en este universo de marginalidad donde existe La Loca, de manera totalmente aparte al sistema establecido, y siendo invisible para todos, sin importar quién esté al mando (“milicos o comunistas”). Universo al que le abre las puertas a Carlos, quien solo se atreve a visitarlo desde los márgenes, pero desde el otro lado, desde ese lado que ella, la que no vive en la realidad, que solo vive en la noche, jamás podrá (ni querrá) pertenecer
Uno podría pensar que una historia tan íntima trabajaría con una visual más privada, más cercana, con espacios cerrados, pero la decisión desde la fotografía fue ubicar a La Loca al centro de planos amplios, muy amplios, para quizás así demostrar su pequeñez en este gigante universo, pero que a momentos le hace un flaco favor la elección de un lente que te entrega más espacio, pero deforma tanto los que se ve, que a ratos los bordes se veían demasiado redondos y te distraía de la historia. Quizás en una pantalla de cine este recurso no afecte tanto la película e, incluso, puede que muchos no lo noten, pero es un pequeño detalle que puede hacer ruido.
Aun así, existen espacios más acotados. La gigante casona en donde habita La Loca del Frente se ubica en un estrecho pasaje, con una puesta en escena teatral, al igual que la película en general, donde todo parece estar ubicado para causar impresión, donde cada momento parece ser un espectáculo. No es coincidencia: esto es para hacer un símil a la vida de su protagonista, quien vive para y por la noche, por el show, por “el tiatro”, como lo pronuncia.
Dicho todo lo demás, solo queda hablar de la historia. “Tengo Miedo Torero” no es una película acerca de la Dictadura, aunque está basada en este contexto histórico. La marginalidad, la discriminación y la invisibilidad que se le da las problemáticas de la comunidad LGBT no son cosa del pasado. Una versión moderna de esta novela podría perfectamente existir, y las historias serían muy similares. Su ubicación existe en un espacio definido, un breve margen de tiempo en el año 1986, con situaciones basadas en hechos reales, intercaladas con la ficción, solamente para acercar su relato a algo conocido. El viaje que vive La Loca es breve y, quizás solo en la película, en un momento se vuelve brevemente inconsistente, quebrando, por segundos, la conexión con la adaptación de Sepúlveda pero, nuevamente gracias a su talento narrativo y al mismo Alfredo Castro, se deja pasar a la siguiente escena, porque ya estamos totalmente invertidos en esta emocionante historia.
Una gran particularidad de esta película, y sin querer arruinarla, es que no posee un gran clímax: su momento de mayor tensión ocurre fuera de pantalla, dentro del corazón de La Loca, sin una expresión manifiesta en pantalla, lo que es inteligente y muy sutil, porque nada de lo que ocurre en este hecho la afectará directamente (por su desenlace), pero las consecuencias de esto si se reflejarán en su vida. Quizás habría ayudado algún montaje, alguna escena o palabra que pudieran dar a entender a alguien que no conoce la novela o el contexto histórico lo que está pasando, pero, otra vez, esto se resuelve rápidamente.
A pesar de los únicos y casi imperceptibles puntos que pueden hacerle ruido a los quisquillosos, y sin haber leído jamás la novela de Pedro Lemebel, puedo decir con convicción que estamos ante una película que va a marcar tendencia en el tiempo y será una fuerte contendiente a competir en los Premios de la Academia (cuando se hagan, claro está). El impecable trabajo de parte de todo su equipo, sintetizado en la dirección de Rodrigo Sepúlveda y en la impecable actuación de Alfredo Castro, demostrando una vez más que es el mejor actor chileno de la historia, y quien, con un breve gesto o una simple mirada te seduce y emociona hasta las lágrimas en segundos. Al final, detrás del drama, de la marginalidad, de la rebeldía, la valentía, la desesperanza, de la crítica al sistema, hay una historia de un hermoso amor. Quizás todo trata del amor.
Hay películas que uno llega a apreciar tanto que se hacen parte de tu vida para siempre, como amigos. Fue Lemebel quien lo dijo, y yo quien pido prestadas sus palabras para parafrasearlo: Yo no tengo películas favoritas, tengo amores; de “Tengo Miedo Torero” me enamoré desde el primer minuto. Les aseguro que esta película los amará de vuelta, aunque sea brevemente.
9/10
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